Poesía Latinoamericana
En sí
Soleida Ríos
Una
nota debajo de la puerta para anunciar algo terrible: “dios es el hombre y
tiene miedo de su edad”. Y esa voz que anuncia la presencia determinante hace una
gran declaración: otorga su gran ojo de cíclope a quien escribe a su dictado.
Esa es la retina que todo lo observa. Sea Dios, sea hombre o padre, en
cualquier caso hacedores de la ley. Ella, sin embargo, es niña, mujer, poeta
que escribe abierta al mundo. Su voz es su mirada. Mira el mar, las espinas, el
cielo que lamentablemente sigue arriba, el templo de la virgen del cobre, el
duende entrando en el espejo…
Así
empieza Soleida Ríos El libro roto,
deslizando una nota por debajo de las puertas, incluida la nuestra cuando lo
abrimos de par en par. Un libro en el que, con otros sueños, Dios transita en
búsqueda de una voz que lo reconozca, que lo nombre. He ahí la gran permuta. El
padre tiene diferentes formas, todas indicio de potencia presencial, aunque sea
en la memoria, aquella con que se inicia la escritura en referencia al bíblico
Éxodo: “y ese día os será de memoria”.
En
sus primeros poemas la muerte es una constante a modo de perseverancia, la
inmediatez del pensamiento (“Cuerpo presente”, “Lamento”, “Historia que cuentan
sobre un hombre que estaba muy enfermo”, “Rezo para los ojos del traidor”,
“Maleva y los niños en el paraíso”…)
Los
niños recorren estas páginas tal vez como la suprema evocación de un pasado
irrenunciable:
En el jardín
y más al fondo en los ojos
de Maleva
los niños se tiran de los
árboles.
Aquellos niños puros que ya
fuimos
[…]
La muerte de los niños no
está escrita.
[…]
Los niños
hace un instante o hace
doscientos siglos
entraron al jardín con
papeles marcados.
Se tiran de los árboles.
Se tiran.
(“Maleva y los niños en el
paraíso”, 19-20)
La
niñez puede ser universal, pero también particular, específica. Suele ser hija
que espera amparo, solución, medida:
[…] los que venían
conmigo y yo sentimos que aquello era un aviso yo llevaba una niña agarrada de
la mano y a lo mejor era yo misma… (39)
Cualquier
sacrificio es doloroso, pero no cabe imaginarlo en la altura y en el ánimo de
ningún niño. Su dolor es una agresión a los ojos, algo que no debiera permitir
el perdón. Hay un poema memorable en este libro que se llama “Naturaleza
muerta”. Cualquier cadáver lo es. Todo lo domina el ojo de un cíclope, en aquella
mirada suya entra el mundo entero y los que lo habitan:
Hay un claro en el ojo del
cíclope
un claro y dieciséis uno y cuarenta mil
no hay rosas sino flores con
aromas punzantes
no hay hierba verde y lisa
sino agudos mosquitos
una niña
aquel que en el principio
fue de barro o madera
es ya de piedra y levanta su
mandíbula
- una niña!
(“Naturaleza muerta”, 61)
En ese ojo ciclópeo cabe la totalidad
de un vida, y exige su tributo, el efecto de su capacidad totalizadora. La cruz
redentora es el símbolo del sumo sacrificio en la tradición cristiana. Nadie
podrá negar el impacto que supone que ese cuerpo sacrificado no sea masculino.
Una mujer en la cruz es la gran transgresión de un herencia iconográfica
milenaria. Hay casos en la historia. El martirio, por ejemplo, de Santa
Eulalia, inmortalizado por Bernat Martorrel (1427-1437). O la conocida tradición
luso-germana de la crucificada Santa Librada, patrona de las mujeres mal
casadas. La conmoción puede ser todavía mayor si hablamos de una más radical
crucifixión: una mujer embarazada en la cruz, la controvertida escultura del
danés Jens Galschiøt (2006). El paso siguiente, tal vez el
último, el más efectivo es su significación agresiva, es el que da Soleida Ríos
en este poema, “Naturaleza muerta”:
baja la luna baja el viento
el sol como un lunar de
fuego sube
la niña en cruz en dos maderos blancos
echa sangre y espuma
el cíclope desnudo es solo un ojo blanco
que echa sangre y espuma.
(62)
Al
principio era el hombre. He ahí la arbitrariedad de la creación: fue una
preferencia, no un acto ajeno a la subjetividad y a la opción. No hay mayor sinónimo
de rebeldía que la de negar naturaleza exclusiva al acto y al periodo creativo:
…Me abortó el miedo
cuando era como un padre
para mí
padre de mi costilla padre y madre
(“Manuscrito encontrado en
un baúl”, 11)
Desde que viera la luz su
primer libro (De la Sierra, 1977),
Soleida Ríos escribe sin más límite que la necesidad, propia y ajena. Ganadora
del premio Nicolás Guillén en 2013 por Estrías,
sus entregas son un ejercicio meditado de continuidad. Antonio José Ponte comenta la recurrencia de adjetivos devaluadores en sus títulos. El libro roto, Libro cero, El
texto Sucio… Y la insistencia en llamarlos libros. Según Ponte, tal vez por austeridad de la imaginación o tal
vez por voluntad programática.
Pudiera ser. También cabría hablar de una tradición a la que Soleida rinde
tributo: “Libro" puede ser cada una de las partes de una obra, aunque
físicamente se publiquen todas en un mismo volumen. Por eso hablaba de
continuidad: todos sus libros necesitan el siguiente.
Su poesía arrastra, impone un curso, parece querer desbordar
la frontera de la página. No es esta una frase para buscar acomodo en algún
sentido. Cuando uno lee a Soleida se tiene la impresión de que algo anda en
fuga, una sensación extraña de desbordamiento. José Kozer acertó de pleno
cuando ideó el adjetivo inasible para
hablar de su poesía. Nació en Santiago de
Cuba, 1950. Desde entonces una dedicación resuelta en multitud, efecto sin duda
de una fuerza desbordante. Hace antologías (El retrato ovalado).
Es promotora cultural. Es conductora de los espacios culturales “Café Emiliana” y “Café Dulce”. Tiene en mente la
creación de “El bosque de la poesía cubana”, floresta en el que a cada poeta le
corresponda un árbol que de una forma u otra esté presente en su obra. Un
auténtica silva poética que requiera injerto, mantillo, regadío…
El libro que aquí comentamos, El libro roto (1994), recoge su poesía
escrita entre septiembre de 1987 y julio de 1989. Suele decirse que este
libro marca la madurez poética de la autora, e inaugura un giro estilístico y
temático que caracterizará su hacer literario a partir de este momento. Ella misma comenta su urgencia en aquel
entonces de rupturas, una liberación de la voz propia a través de voces ajenas,
miradas, delirios, sueños... de otros. En el
año 2003 la editorial madrileña La Palma reeditó El libro roto en su colección
“Ministerio del Aire”. No hay ningún
otro libro más de Soleida Ríos en nuestro país, muy lamentablemente.
Bien,
acepto lo de la fragmentación de lo real, su imposible aprehensibilidad, lo
discontinuo de su escritura, la naturaleza coral de su cauce poético… Lo acepto
aunque me parece un peaje a los campos semánticos de la intelectualidad
académica. Yo quiero ver, sin embargo, un afán de estructura en su obra. Como
comenté, en esa “Nota debajo de la puerta”, preliminar que abre el libro, una
voz nominadora del mundo se presenta como origen. Ella, por tanto, escribe a su
dictado, y así lo dice. Y a tal efecto hay una concesión decisiva: esa voz
totalizadora confiere a la autora del libro su único e inmenso ojo de cíclope.
A partir de ahí la mirada lo es todo, absolutamente. La palabra “ojo” siempre
vuelve, como lo que está en proceso, ocurre, surge entre intervalos. En los
ojos del ciclón, en los ojos de Maleva, en los ojos del traidor, ojos tristes,
cerrados, tapados, claros como la miel, ojo del cíclope, ojos suyos... Por
supuesto hay un ojo supremo, el que todo lo ve, el ojo de la providencia, el
Delta Luminoso, acaso el que le concedió la capacidad de observación, de costa
a costa de la isla, de página a página. Pero aquí está la disfunción, la nota
discordante:
mi
padre el padre del que todo lo puede
¿me
ha mentido?
sus
hijos los apóstoles lo van a divulgar
(“Un
poco de orden en la casa”, 44)
La
ley, la gran ley, queda en una duda devastadora. Luego será certidumbre: la ley
ofrece falso testimonio. En el poema “Con un ojo tapado”, la voz poética sueña
con:
…un señor sentado sobre un
trono
muy alto
y sus faldas llegaban hasta
la orilla de las costas
y había serafines cada uno con seis alas
(con dos cubrían sus rostros
con dos cubrían sus pies
con dos volaban por encima y
decían santo santo
santo)
(“Con un ojo cerrado”, 72)
Puede
ser un rey o un topo, la excelsitud de la altura o lo rastrero, pero lo
importante allí es un tesoro perdido, acaso el sueño de volver a ser niño.
Dios, el que no está ni vivo ni muerto, domina el azar y las causas; el padre y
el maestro imponen las reglas, pero únicamente los niños presagian, no aceptan,
intentan averiguar donde se ubica el azar. El poema es colosal, de una fuerza
formidable. Soleida Ríos en sí.
Y
claro, la figura masculina. De eso se ha hablado. Es lo inicial: “Dios es el
hombre y tiene miedo de su edad”. La mujer es posterior, la consecuencia de una
opción arbitraria. Sí, es verdad: la figura masculina domina el libro de
principio a fin, sin concesiones. Pero la voz es una, y es de mujer. La mirada
es una, e igualmente es de mujer. El padre está ahí, constante, duradero. Pero
a veces no acude a la llamada (“Cuerpo presente”, 13). Y del huevo inicial,
genésico, salieron dos (“Manuscrito…”, 12). ¿Hay acaso mejor manera de negar la
potestad?
La
poesía de Soleida Ríos es inmensa, fértil, adecuada a una mirada voraz,
reveladora de lo factible y de lo inefable. Una poesía en continuo. Magnífica.
CON UN OJO CERRADO
Uno es un rey o un topo se mete finamente
entre los pliegues sueltos
de la tierra
o esconde el gran tesoro
en el castillo que se
inventa con anticipación
qué digo
quién escucha
tengo un ojo tapado esa es la causa
en sueños yo vi a un señor
sentado sobre un trono
muy
alto
y sus faldas llegaban hasta
la orilla de las costas
y había serafines cada uno con seis alas
(con dos cubrían sus rostros
con dos cubrían sus pies
con dos volaban por encima y
decían santo santo
santo)
no eran topos ni reyes
los padres señalan felices
con el dedo mirándonos de
cerca
los maestros felices llenan
de nombres un mural
tengo un ojo tapado esa es la causa
como de la leyenda que me
aprendí hace mucho
de memoria
pero los hijos somos señales
y presagios
vamos a preguntar a los
encantadores y adivinos
les preguntamos a los muertos
y los muertos ofrecen
testimonio
y los encantadores y
adivinos ofrecen testimonio
qué digo
quién escucha
tengo un ojo tapado esa es la causa
uno es un rey o un topo baraja la causa y el azar
antes nos dieron el
tesoro y luego
el tapón para cerrar el ojo
antes creía que cantábamos
soltando roncos silabeos
que los padres se
apresuraron a colorear con música
de
fondo
el tesoro está intacto el trapo negro
es el faldón del santo
marcado por el hollín del
tiempo
pero los padres dudan se tornan iracundos
o tristes o malvados o
verdaderos prestidigitadores
convierten el tesoro y el
trapo negro en ley
los hijos vamos a la ley
y la ley ofrece falso
testimonio
qué digo
quién escucha
tengo un ojo tapado esa es la causa
cualquier día volveremos a
ser niños
nos fugamos alegremente en
la máquina del tiempo
decididos a averiguar dónde
estaba el azar.
NATURALEZA MUERTA
Hay un claro en el ojo del
cíclope
un claro y dieciséis uno
y cuarenta mil
no hay rosas sino flores con
aromas punzantes
no hay yerba verde y lisa
sino agudos mosquitos y
una niña
aquel que en el principio
fue de barro o madera
es ya de piedra y levanta su
mandíbula.
-una niña!
En el descanso con el viento con la luna más bella
el cíclope se yergue sube sube
pase el torcido pase el
ciego
pase el borracho ya marcado
y cómase la niña
la ancha falda floreada el
labio vivo
y mueva mueva la lengua en
espiral
pregunte si le gusta
y mueva y mueva en espiral
el implemento
todo es claro todo parece claro
el cíclope es tan joven tan
hermoso
sus infinitas piernas
pedalearon
las islas circulares punta a
punta
la carretera enorme a los
costados el campo abierto
con salud las palmas oh las palmas
cuánto gustan las palmas
para mirarse altísimo
medirse
el ojo es claro como la miel
más pura
adentro está la niña que lo
escucha
era
el ojo de dios la luz de dios
un
sueño parado en los dos pies
baja
la luna baja el viento
el
sol como un lunar de fuego sube
la
niña en cruz en dos maderos blancos
echa
sangre y espuma
el
cíclope desnudo es sólo un ojo claro
que
echa sangre y espuma.
Lídice
Alemán. “¿No es la
misma de siempre esta mujer? Género, raza y poesía cubana de los ochenta en la
obra poética de Soleida Ríos”. Literatura: teoría, historia, crítica 17.1 (2015): 263-295. Cita en 278. http://www.revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/48696/50884